En febrero, con unos amigos rehuíamos de nuestra presencia en la capital. Nos encontrábamos en la Isla de Chiloé. Y al caminar por las orillas del Lago Cucao vimos aquel árbol, quien dirigía su fatigada mirada al lago. Parecía querer caer, por lo que intentamos darle un empujón, a ver qué pasaba.
Entendí que si quisiera sacudir el árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, el cual no vemos, lo atormenta y lo dobla como quiere.
Me atormentarán a mí manos invisibles?
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